jueves, 24 de julio de 2008

La ciudad y sus encantos

Una vez más, el deefe me sorprende. Creo que nunca he conocido otro lugar que me haga desear tanto vivir ahí. Caminar entre tanta gente, casi anónimo, tratando de mirar todo, de abrazarlo rápido antes de que el semáforo me de el paso. Escuchar tantas voces, apagadas, como desde muy lejos, y seguir la conversación hasta la esquina en que hay que bajar del camión. Y no es que sea un citadino a morir como alguien me dijo un día. No. Se trata de la fascinación del niño que crece en los suburbios, que de pronto se encuentra entre las olas de personas grises, la marejada de miradas, de pasos frenéticos, seguros, orquestrales. Se trata del color de las paredes, de los edificios, de los contrastes. De la gente que vive ahí, tan parecida al resto del país pero tan diferente.
En el camino al centro platicaba con Daniel de la diferencia entre la gente del deefe y el resto. Él argumenta que la conciencia política en el aquí es mucho mayor, y que no por nada existe la tradición de izquierdas -o lo que en el México de las políticas partidistas se entiende de estas- que no permite que te mantengas al margen. Pero yo creo que es algo más. En esta última visita, y justo al llegar, me ronda por la mente un verso de Enric Cassasas, un poco descontextualizado, pero ciertamente impresionante. Fa falta molta fe na questa vida. Hace falta mucha fe en esta vida. Y me ronda justamente porque he estado tratando de entender la vida cristiana en ciudades como el deefe. Lo cierto es que aunque existen muchas iglesias, templos y congregaciones, no escuchamos muchas noticias sobre avivamientos o movimientos de los cristianos, sea cual sea la denominación. Y para mí, la razón es muy simple. Es difícil mantener la fe en una ciudad tan demandante, en donde se vive al día, donde no hay más fe que mantener el trabajo, no encontrarse con un embotellamiento, llegar a salvo a casa, y que ahora sí haya agua. Si bien la gente cumple con los ritos de tal o cual tradición, los preceptos de estas no representan la prioridad. No hay tiempo para pensar en el cielo o el infierno. Importa lo que pasa hoy y mañana. Importa el otro sólo porque está muy cerca de mí, porque lo que le pase me afecta directamente a mí. Una ciudad de poca fe, suficiente sólo para lo que resta del día.Y es para mí precisamente ese auto de fe en lo inmediato, en la falta de planes a futuro, lo que me mantiene expectante, maravillado. Es esta ciudad que me mantiene con tantas ganas de tener un poquitito al menos de esa fe.

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