Después de algún tiempo, regreso a este blog con una gran preocupación: El aire últimamente huele a hastío, a tensión, a inconformidad insoportable, se siente en el ambiente la imposibilidad de contener por mucho tiempo esa explosión de dolores y sufrimientos ya por mucho tiempo contenidos, que no se sabe si terminarán en cuatro lágrimas o en la sangre del primero que se ponga en frente. La gente se ve más gris, las calles más llenas y vertiginosas, la televisión más agresiva, el dinero más escaso. La corrupción es un lugar común intolerable no en el hecho sino -alarmantemente- en la mención, en lo inoportuno y hasta iluso de la denuncia; hay que cuidarse de todos y caminar más rápido, no hay que mirar a nadie a los ojos, porque te asaltan, porque nadie puede confiar en nadie. A mí me huele a necesidad, no de hacer política porque la que conocemos no sirve para nada, no de dialogar, porque no se puede dialogar con quien responde a palos, me huele a urgencia de grito, de clamor, de puños cerrados para lo que se ofrezca, me huele a revolución.
Así pues, obviamente preocupado, me acerco a mis únicos guías espirituales disponibles, mis padres. Les digo que me percibo ese olor a revolución, ese silencio incómodo, ese temblor que antecede a la estampida. Pero que no es eso lo que me preocupa tanto eso, lo que me preocupa es saber qué hacer en el momento que inevitablemente parece venir.
Y sorpresivamente me responden largo, tendido pero siempre claro. Ningún cristiano que se precie de serlo puede posicionarse políticamente en la derecha, porque el Cristo en el que creemos no vino a rescatar al opresor, sino al oprimido. Un cristiano congruente no puede legitimar la injusticia porque el Dios en el que creemos es un Dios de Justicia. Un cristiano verdadero no sostiene el engaño, no acepta las mentiras de este mundo. El problema, a fin de cuentas está en el qué hacer, en el cómo involucrarse. Porque el clamor y la sangre de los justos derramada en injusticia sube al cielo. Porque la propia naturaleza espera la manifestación de los Hijos de Dios. Y aún más sorpresivamente mi papá dice: "Inevitablemente hay derramamiento de Sangre. El justo perece por los injustos, pero vale la pena".
Si nos fijamos bien, Jesús fue el mayor revolucionario, porque su revolución no solamente fue terrenal, fue espiritual. Jesús se reveló contra la tiranía de la Muerte, contra el aguijón del pecado Eterno. Y triunfo. Pero hubo un derramamiento de sangre. Y curiosamente, como podemos verlo en las revoluciones que comienzan con intenciones y valor genuinos, se fue institucionalizando, diluyéndose, hasta llegar al punto de volverse ahora EL MISMO opresor. No que Cristo sea el opresor, sino la Institución -fragmentada y nombrada como usté guste y mande- que tiene miedo a caer, que tiene miedo a ser criticada.
Y para quien lo dude, la revolución es bíblica. Miremos la accidentada transición de poder entre el Rey Saúl y el Rey David. Dios mismo levantó un nuevo ungido que sacaría al tirano. Si lo pensamos bien, David fue todo un guerrillero, un forajido que recorría el país sumando gente que luchara con David. Y si miramos mejor veremos que los afamados valientes de David eran
inconformes, críticos del poder, deudores, remisos del servicio militar -jeje, bueno fuera- que huían de la persecusión, que clamaban por Justicia.
Sin embargo, debemos entender que había algo en David que hizo que su revolución no se cayera. Y es que en tres momentos David tuvo la posibilidad de matar a Saul y tomar el poder, y sin embargo no lo hizo. Recordemos que David era un hombre con un corazón conforme al corazón de Dios, que se mantenía en comunión constante con él, y que fue precisamente eso lo que permitió que su revolución trascendiera. Porque la revolución de Dios afecta el plano moral, porque la Revolución de Dios es una revolución sobrenatural, que nos transforma en el Amor, que establece un orden moral humanamente inalcanzable, que da como resultado Santidad.
Qué pues, le queda al cristiano frente a una revolución? Clamar por Justicia, clamar por el establecimiento de un orden sobrenatural, resistir al pecado, resistir la injusticia y denunciarla, no sólo ante los hombres sino ante el mismo trono de Justicia. Nos queda la lucha en el Amor, la Fe, la esperanza de la Vida Eterna no como promesa, sino como posibilidad en este mundo,aquí y ahora. Nos queda la Profecía contra el mal uso del poder, contra el abuso de la Gracia.
Pero cuidado, el que Clama por Justicia que se cuide, que Él empieza por limpiar Su propia casa.
1 comentario:
No creo en nada de lo que acabas de escribir, sólo en que hay un aire de lucha, una tensión en el ámbiente.
Saludos, Sam.
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