miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sibelius, Bernstein y el joie de vivre

Nunca he sido roquero, pero me gusta pensar que mi gusto musical no es tan malo y anticuado. En realidad, para bien o para mal mi formación es prácticamente autodidacta y movida por el gusto -antes de mi adolescencia lo único que podía escuchar en casa eran canciones cristianas-, lo que lo mismo me hace odiar con impunidad a los beatles -porque, sí, son buenos pero no son para tanto- que ser un neófito que trata, sin mucho éxito escuchar los clásicos del mayor número de géneros. No sé mucho pero trato de defenderme, pues.
Afortunadamente, en la Fundación hay una clase que subsana -o al menos le da un chainazo a- mi carencia en la parte académica de la música. Antes de entrar, me gustaba Satie -cuuuursi-, algo de Debussy y Rachmaninov -por el mito de la dificultad que vi en Shine, claro. Poco a poco, gracias a la paciencia de mis maestros Carlos y Marcia -quienes fácilmente podrían hacer un programa de stand-up comedy con sus interacciones en la clase-, he bajado mis prejuicios. Siguen cayéndome mal los famosos, Bach, Mozart, Beethoven, Wagner, pero ya los respeto; además, he podido aprender a querer a Ravel -aunque sigo imaginándome a Cantinflas bailando con el Bolero-, a Schumann, a Mahler y a Dvorak -y ya hasta sé pronunciarlo-, mejor aún, tengo aunque sea un esbozo de herramientas para escuchar y valorar la música desde su composición y su ejecución.
La semana pasada los maestros decidieron que DEBÍAMOS escuchar a Jean Sibelius, un compositor que no es muy conocido y tampoco tan asequible pero que, según ellos, es del tipo de genios que, aunque no hacen escuela, sí marcan la historia. A mí me pareció interesante por dos cosas: por lo extramusical, era un personaje muy religioso que, también en palabras de Carlos y Marcia, puede emparentarse por sus manías y voluntad moral con Tolkien; y por el fragmento que pudimos escuchar de su quinta sinfonía, una cosa impresionante, loca y caprichosa que, la verdad, me conmovió mucho.
Esta semana decidí escucharlo con más detenimiento y repasar sus ocho sinfonías; es miércoles y ya voy en la quinta que es maravillosa; la uno y la cuatro también me gustaron. Además, youtube tiene la gran ventaja de que algunas de las sinfonías están dirigidas por Leonard Bernstein, un viejito raro que, entre más lo veo, más me convence de ser la encarnación del joie de vivre. Si tienen tiempo, échenle ojos y oídos; si no, al menos oigan el último movimiento que empieza en el 26:27. Pero también oigan el final perrón del segundo. Y bueno, el primero de una vez.



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