lunes, 8 de noviembre de 2010

Preocupaciones posmodernas

Desde la semana pasada tenía una idea bastante coqueta para un post, pero entre los montones de kleenex, las cobijas y los días sin hacer nada, la verdad es que no me quedan muchas ganas. Sí puedo, en cambio, escribir sobre algunas cosas que últimamente me han preocupado, y que me mantienen maravillado dada su intrascendencia. Al parecer, el cerebro humano es tan potente que cuando uno deja de preocuparse por cosas tan vitales como dónde dormir, qué comer, qué beber y cómo hacerse de dinero, prácticamente cualquier cosa puede servir como preocupación temporal. Aquí algunos ejemplos:
  1. Cuando niño, nunca fui lo que se puede considerar "un genio". Nunca leí más de lo que me pedían, nunca resolví problemas matemáticos difíciles, nunca construí máquinas inimaginables con meccano –de hecho, nunca quise que me compraran esas cosas–, nunca escribí cuentos fantásticos. Lo único que sabía hacer bien era enamorarme platónicamente de un montón de niñas, hablar en clase y jugar basquetbol. No era un genio y podía vivir con eso. Hasta que un día, no sé si yo mismo o alguien más –alguien perverso, definitivamente– me hizo pensar que sí, que en realidad yo podía atenerme a la genialidad. Que tenía talento para ciertas cosas, y que ese talento era independiente de la práctica, de la constancia. En algún desafortunado momento comencé a pensar que yo era brillante, muy brillante para mi edad, que el futuro era promisorio y que sólo había que dejarse llevar. Hasta que un día despiertas y te das cuenta de que, en realidad, eres exactamente igual a cualquier otra persona de tu edad. Que lo brillante de tu mente se perdió en el camino, y que las cosas son un poco más complicadas de lo que pensabas. Que estás solo, y que no has hecho nada todavía. Y que no, definitivamente no eres un genio.
  2. Si somos honestos, mi hermana –de 15, casi 16– y yo nunca nos hemos llevado extraordinariamente bien. Sí, nos queremos, convivimos, nos molestamos, pero no nos definimos, como sí pasa con mi hermano. Con mi hermano –21 casi 22– las cosas son más sencillas. Desde el principio, él se estableció como mi opuesto. Si a mí me gustaba el jazz, él lo odiaba. Si yo tenía la "pose de intelectual", él era el "galán de barrio". Mi hermana, en cambio, es impredecible. Siempre hace lo que quiere y nadie puede evitarlo. Las cosas que yo logré con grandes esfuerzos, ella las obtiene mientras se rasca la panza, y luego termina desdeñándolo todo. Por eso, cuando me dijo que había sido la única en contestar correctamente toda una prueba de ortografía y gramática, lo tomé como un vínculo importante. Un vínculo que la RAE ha debilitado profundamente al dar a conocer los cambios en su nueva gramática. Cómo podré mirar a los ojos otra vez a mi hermana, si toda mi autoridad como hermano mayor, como ser humano productivo, radica en el uso correcto de tildes, en la conjugación exacta, en el buen estilo al escribir? Cómo le podré decir que no escriba sus trabajos de la escuela como escribe en el msn y en el celular? La RAE nos ha apuñalado, bajísima traición. Cuánta tristeza.

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