miércoles, 31 de marzo de 2010

De lo que nos concierne, o el breve orgullo de saborear el bocado

Hace algún tiempo tuve la sensación –que todavía no se escapa del todo pero que va cediendo– de que nunca podré terminar la tesis, por la sencilla razón de que encuentro deplorable la forma en que gran parte de los teóricos –de cualquier cosa, pero en nuestro caso de la poesía– se regodean en destazar aquello que amamos. Toman un pedazo de poema, le quitan la piel, le cortan las extremidades, rebanan sus costados, y terminan por picar finamente, y en algunos casos hasta por meter a la licuadora el poema del que alguna vez estuvieron enamorados. El resultado, un siempre nutritivo licuado energético, de esos como los que los boxeadores y levantadores de pesas se toman en las mañanas. Ellos dicen que sabe rico, pero cuando lo pruebas te das cuenta de que, en su afán por volverse más fuertes, han perdido todo sentido del gusto –y ya no digamos del buen gusto.
Ese ha sido mi temor, hasta que comencé a leer, como ya he contado aquí anteriormente, a don Dámaso Alonso. Sí, don Dámaso analiza, pero se detiene en los momentos justos para meditar, para saborear lentamente el bocado. Le pone sal, pimienta, albahaca, o miel o chocolate semi-amargo. Don Dámaso es un elegante chef que sabe que sin los ingredientes todo lo que cocina sería en vano. Y lo cocina delicioso.
Ahora estoy con otro texto para la tesis, Poética del espacio de Gaston Bachelard. Debo confesar que no sé nada de Bachelard y que por ahora creo que es mejor así. Empecé un poco renuente, sobre todo porque utiliza la palabra "fenomenología" muchas veces, y aunque lo intuyo, no sé realmente qué quiere decir. A qué se refiere. Pero poco a poco me ha ido ganando; primero al integrar a la discusión el Alma y el Espíritu a la manera de los alemanes (der Geist & die Seele), y luego, al soltar candorosamente este pedacito de confesión, que al final de cuentas, lo aliviana todo:
En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos ni releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado con mucho entusiasmo. Mientras el orgullo suele desarrollarse por lo general en un sentimiento avasallador que pesa sobre todo el psiquismo, la punta del orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen, es siempre discreta, secreta. Está en nosotros, simples lectores, para nosotros, únicamente para nosotros. Nadie sabe que revivimos, leyendo nuestras tentaciones de ser poetas. Todo lector un poco apasionado por la lectura, alienta y reprime, leyendo, un deseo de ser escritor. Cuando la página leída es demasiado bella, la modestia reprime ese deseo. Pero el deseo renace. De todas maneras, todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas le conciernen.
Confieso que me conmueve. Me conmueve leer al teórico sin su armadura de términos y conceptos, confesando que él también quiso hacer poesía. Y después de todo, en su confesión se acerca mucho a lo que quiso. A lo que todos queremos.

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