miércoles, 22 de julio de 2009

Juego de la lluvia #3: Sully Prudhomme, o ella se llamaba Andrea

Son las seis y media y es puebla. Y está lloviendo. Pienso en el nombre que este post comparte con dos anteriores: Juegos de la lluvia. Me gusta, y me parece que podría volverse una etiqueta constante que refiera las confesiones. Me gusta que sea de la lluvia por dos razones. Primero, porque sin importar cuán sucia esté la calle, cuando llueve todo se limpia. La lluvia se lo lleva todo. Segundo, porque para dar la idea de que las cosas que se cuentan sucedieron hace mucho tiempo, a veces se dice: pero ya llovió de eso.

Pues sí, ya llovió, y es necesario que de a poco la lluvia se lleve todo.

***

No es ningún secreto. Poco a poco, sin mucha prisa, sin aliciente –al menos hasta ahora, si algún lector quisiera hacerla de mecenas, otro gallo nos cantaría- y en realidad sin ninguna razón práctica, trabajo un poemario: Dossier Desesperanza. El nombre y la idea las tengo desde hace más o menos 7 años. Escogí la palabra dossier fundamentalmente por culpa de Cortázar –quien debe tener la culpa de muchas cosas más en lo que respecta a esas épocas- y su Dossier Chile.

Recuerdo que inicialmente el poemario se llamaría Urbanal, y seguiría la tradición de la vanguardia, en especial la de las estridencias, que consagró –al menos en cuestión de chisme- a Maples Arce y List Arzubide. La idea era trabajar el poemario en el metro del DF y en las paradas de camión en las que me encontrara. Lo de la Desesperanza surgió de la nada, creo que pensando en poner un nombre llamativo y que combinara –DD, Dossier Desesperanza-, aunque tal vez tuvo un sentido de predicción. Como haya sido, el Dossier Desesperanza ha ido tomando forma, aunque más en mi cabeza que en los poemas.

La idea ahora es que Dossier Desesperanza será, más allá del planteamiento de la desesperanza –que se cuece aparte-, el remate de mi niñez, el punto final al tartamudeo poético y la entrada, si es que eso es posible, a la certeza de lo que soy y no. El poemario tiene entonces que recoger todo lo –digno de ser recogido- que he hecho, desde los 18 –cancha oficial- hasta ahora. Debo decir que, tras hurgar en mis papeles de prepa y primeros dos años de carrera, he encontrado, a lo mucho, dos poemas dignos de ser utilizados. Lo demás sigue guardado y seguirá así, para avergonzarme después.

En realidad, lo más «utilizable» está a partir del 2005, cuando empecé a ir al taller de Vicente Anaya. Pero prácticamente todo eso se ha perdido, primero en la pc que dejó de funcionar y no pudimos respaldar, y después, en la portátil que me robaron. De entonces me quedan sólo un par de libretas, y algunas impresiones que hice para tallerear. No me preocupa, lo que se tenía que salvar se ha salvado, lo demás hay que hacerlo de nuevo, que vivirlo.

Y es así, pasando las notas de mi «cuaderno verdeclaro» -cuaderno incompleto del 2007, en el que lo mismo hay notas de lingüística funcional que poemas y traducciones- que tuve un flashback justo al momento en que todo empezó. Dos nuevas culpables de que me dedique a esto –a perder el tiempo literal y literariamente- surgieron: mi abuela materna y mi amor platónico de la secundaria. Mi abuela tiene la culpa porque fue ella quien me proveyó de mis primeros libros –no cristianos, porque Biblias y cuentos cristianos tuve desde siempre. Tenía en su cuarto un montón de libros que mis tíos compraron y nunca leyeron, y un día, husmeando, le dije que si me regalaba algunos. —Sí, busca dos o tres que te gusten y llévatelos, pero no te lleves todos porque son de tus tíos. Me acuerdo que la mayoría eran de una colección, los premios Nobel, editados por orbis, pasta dura, azul marino, y letras doradas. Creo que ese día tomé La hojarasca y el coronel no tiene quién le escriba –afortunadamente perdí ambos. Pero dos no me bastaron, y a lo largo de ese año –supongo que 1999- fui saqueando lenta, pero sistemáticamente su montón de libros hasta que no quedó nada que me interesara.

Recuerdo que iba en orden de gordura. Primero los más delgaditos, y luego los más gordos. Así conocí a Kawabata, Canetti, Mauriac, Asturias, Lagerkvist, Faulkner y sobre todo, me enamoré de los gordos, Steinbeck (Al este del Edén) Bellow (Herzog) y Andric´ (Un puente sobre el Drina). Todos premios Nobel. Todos encantadores para un niño –puberto suena tan feo- de 14 o 15 años. Sin embargo, hubo un libro de entre todos –el más cursi, lamentablemente- que embonó exactamente en el momento que vivía.

Era el último año de secundaria y yo estaba enamorado. Es decir, me gustaban cuatro chicas de mi salón, pero estaba enamorado de una. El problema no era ese, sino el hecho de que me daba miedo decírselo. De hecho, nunca se lo dije. Todos los días iba a la escuela para verla, para escuchar cómo tenía un novio, y luego otro, y otro, y otro. Para verla pintarse los labios con un liquidito sabor cereza o una crema sabor chocolate, para oler su «body fresh» -que todavía hoy, cuando en la calle lo alcanzo a percibir, me hace pensar en ella- de durazno o manzana. Para estar con ella. Todos los días con ella. Y sin embargo, nunca le dije nada. Nunca pude.

Y llegó el final de la secundaria. No volvería a verla. Tenía que besarla, armarme de valor y decirle que estaba enamorado de ella, así que cada tarde planeaba –justo como sigo planeando mis días una noche antes- cómo sería todo. Y al día siguiente no pasaba nada. Y entonces lo encontré. Sully Prudhomme, premio Nobel 1901. Poemas y pensamientos, el libro más cursi que jamás haya llegado a mis manos, y sin embargo, uno de los libros ligados a lo que he vivido. Recuerdo que lo leía cuando no había nadie en casa, y me ponía a llorar. Primero sin hacer ruido, luego sollozar un poco, para terminar berreando. Berreando frente al libro de Sully Prudhomme.

Todavía en la prepa llegué a visitarla, siempre esperando poder animarme a decirle que seguía enamorado de ella. Pero nunca pude. Y pasó el tiempo y leí otros libros –gracias a Dios-, y berreé por otras niñas. Luego mi mamá –quien vergonzosamente supo todo el asunto porque encontró un montón de poemas cursis debajo de mi cama- me dijo burlonamente que la había visto en una SUV llevando a sus hijos al conservatorio. Tenía dos hijos –siempre tuvo prisa para esos menesteres- mientras yo recién había entrado a la Facultad. Me dio risa, pero supongo que también me puse rojo. Y me acordé de Sully Prudhomme.

***

Acá uno de los poemas que más leí del mentado Prudhomme. Viéndolo bien, es divertidísimo, vergonzosamente divertido.

Serena venganza

A ti que cuando yo tenía la edad en que otros son alegres, me causaste dolor suficiente para hacerme poeta. A ti, por quien, a esa edad en que vivir es una fiesta, yo contemplé mi vida a través de lágrimas;

no te guardo rencor. Todo terminó lo mejor posible, y ahora el porvenir se dispone a vengarme, La flor se marchita al implacable volar de los días.

La gloria surge y perdura en cielos inmutables.

Hubo un tiempo en que sólo tú eras para mí el mundo entero, pero después he hundido la sonda en el infinito, y mi alma se incorpora al inmenso universo.

Y, en tanto que los años te revelan las penas, el tiempo, que erige un pedestal a la belleza del verso, barrerá tu figura como una forma vana.


2 comentarios:

elarboldorado dijo...

Chale con eso de los amores! Oh alguna vez leí esos poemas pero no en esa edición y recuerdo que eran todo menos cursis, eran realmente tristes. Espero te dejes ver pronto porque me abandonas muy feo :(

Ireneo Morris dijo...

berreos múltiples por aún más múltiples mujeres, poemas tristes, niño freak leyendo a los nobel cuando debería estar jugando canicas, niñas disfrazadas de amores imposibles y tormentosos... este post es tan pero tan samuel

lo angustiante es que tu madre ande siempre encontrando cosas impertinentes: tus monos encuerados y tus poemas cursis. nasty boy