martes, 13 de enero de 2009

De la mamonería en el jazz o los azares del destino en la difícil enunciación de una queja

Pues bien. Como el lector se habrá dado cuenta, el título de este post presenta una palabra que para algunos resultará altisonante y para otros hasta grosería. Es cierto que para este año hice el propósito de decir reducir considerablemente el consumo de café –cosa que no haré- y de leperadas –además de ser un buen cristiano-, pero el tema que nos ocupa no puede tratarse sin la palabra. Mamón(a). Es una palabra fea que se aplica a gente fea o gente bonita –beautiful jetset people- de carácter y sentimientos feos. Y en este caso es irremplazable. Ya verá el lector por qué.

El lunes víspera de Reyes me encontré con una amiga a la que por azares del destino no había visto desde hace mucho tiempo. Y con ella los azares del destino son muy importantes, porque no alcanzo a recordar otra causa de que nos conociéramos y de la nada conviviéramos, compartiéramos gustos y amigos. Todo esto fue allá en la prepa, cuando el blogguerrillero que ahora escribe era tan solo un guerrillerito, ávido de vivencias –Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio-, visitante de cafés “alternativos”, músico semi-amateur –o sea que ni a amateur llegaba- y enemigo de las duchas, las tijeras, máquinas, rastrillos, navajas y cualquier otro tipo de artefacto para reducir el volumen y longitud del cabello y pelo facial. En esos entonces conocí a Mago. Maguito, compañera de un amigo de mi primo. Maguito, cantante de un grupo de blues en el que tocaba un amigo de la familia. Recuerdo bien fue que un día fui a verla cantar al auditorio de la Lázaro, preparatoria archienemiga de la mía, la Zapata. Y lo demás fue cuestión de tiempo y de azares del destino; me acuerdo también de algunas tardes en el cubículo de historia, con jazz y planes y caguamas de pormedio, y de la “fonda Los Farolitos”, nuestro proyecto para un concierto del mismo profesor de historia, que por lo demás era supervanguardista porque entregamos nuestro repertorio como menú del día, con unas cartas muy bonitas.

Y de ahí, salir de la prepa y hacer planes guajiros, como aquel en el que Ozkar -kazeta, a.k.a. Kabuz-, mi primo, Masai –si alguien sabe qué es de él, salúdelo- mago y yo, además de muchos otros que no estaban en nuestra fonda, viviríamos en el deefe en un mismo departamento y estudiaríamos jazz en la superior. JA.

Pero Mago sí lo hizo, salvo una acotación: no estudia en la Superior, sino en el DIM, escuela de Iraida Noriega. Y hasta hoy sigue estudiando. La verdad es que hace mucho que no la escucho cantar, pero por ahí se corre el rumor –con voz de gemela R&B- de que “Margarita canta como negra”. No sabemos si sea cierto, pero de lo que podemos estar seguros es que la chica es muy dedicada, tiene talento, estudia mucho y prepara sus improvisaciones a conciencia –con escalas modales, no escuchando con lápiz en mano a Miles Davis o Charlie Parker para agandallarles sus solos. Lo demás es cuestión de gustos y hasta de los azares del destino.

Y bueno, todo este recorrido memorístico para referir la queja que el lunes víspera de Reyes le compartí a Mago. La queja gira en torno a gran parte de las voces femeninas del jazz –diría todas, pero es demasiado arriesgue- en México, y su propensión al uso y abuso de baladitas, stándares ejecutados sosamente, boleros de enfermizo downtempo, covers de los covers de luis miguel, solos timoratos, voces excesivamente cuidadas y al mismo tiempo melosas –o crooners, como me explicó Mago que se les llama a ese tipo de cantantes-, y, resumiendo, a la cobardía hija del qué dirán, sean disqueras, señoras copetonas, músicos y en el peor de los casos, críticos.

Así, palabras más, palabras menos, expuse mi queja. Y luego, como era de esperarse, le arreamos sabroso al chisme. Que si tal o cual cantante, que si tal o cual guitarrista o pianista, etcétera. Hasta que le pregunté si ya había escuchado el nuevo disco de los dorados. La pregunta no le gustó mucho, y después de comentar un poco su estilo “evolution” –que yo explicaba sin saberlo como el iuu guaaaa ñaaaan triiiiiiin de la guitarra- llegamos a la sentencia: “Pero son bien mamones, los de los dorados son bien mamones”. Yo no supe qué decir, porque no los conozco –aunque no habría que conocerlos mucho, la pose es la pose-, así que me limité a contestar por las ramas un “pero el bajista y el baterista son muy buenos”, a lo que ella contestó –por lo demás, sabiamente- que “eso no les quita lo mamones”.

La verdad es que hasta hoy me ha caído el veinte de eso de la mamonería. Le he dado vueltas y vueltas a este post, y hoy he llegado a la conclusión de que es inevitable. La mamonería en el jazz es inevitable. De entrada, el jazz es un género mamón. Un género que se precia de ser inteligente, de ser la delicadísima mezcla de lo sublime de varios continentes. Un género, tal cual, de y para personas locas y/o mamonas. Así que no nos sorprendamos si el adjetivo mamón y sus diversos derivados acompañan constantemente al sustantivo jazz.

Pero en el caso de los ejecutantes, hay de dos sopas; o bien, la música que haces es mamona hasta para los otros músicos –en cuyo caso se es un verdadero jetseter- o el músico mismo es mamón. Y bueno, lamentablemente las sopas no son excluyentes, así que encontramos a músicos muy mamones que hacen música mamona –cfr. Miles Davis, Charles Mingus, Jaco Pastorius, Joshua Redman y miles de etcéteras. Y está bien. El problema es cuando la balanza de la mamonería –oh mamonería, justicia del bluenote y la síncopa- se inclina más hacia la mamonería ad hominem, y se pierde la calidad. Porque entonces el cantante no da entrevistas, se pelea con medio mundo, abandona y/o es abandonado por su banda, etcétera, pero curiosamente busca el reconocimiento del público de mala manera. Y así, de la nada, olvida que dos de las cualidades más importantes del ejecutante de jazz son el arriesgue y el mood. La valentía de arriesgarse en armonías inimaginables, con modos zafadísimos y fraseos que dan escalofríos, y la sabiduría de los sentidos para desgarrar con aullidos la ejecución del instrumento o de la voz o apenas susurrar un mood azul, terriblemente azul casi inaudible. Qué importa si el músico no quiere beber agua embotellada en México, o si se niega a dar entrevistas o si quiere tocar con tal o cual otro músico. Lo que queremos es jazz. Buen Jazz. Jazz vivo, jazz bebop, jazz cool o hot o o fussion o latin o swing o acid o free. Jazz en carne viva. Lo demás, ya arreglarán de alguna forma los azares del destino.

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