El martes, en su casa, G descubrió mi lado maternal, calca inequívoca de mi propia madre. Como ella misma ha hecho constar, se distrae demasiado cuando trabaja. Entonces, impulsivamente reaccioné como mi madre. Di un golpe -palmada- en la mesa, y dije: -Ya, Gina, a trabajar. Después, volvió a suceder. G hizo un amague para colocar una mentirilla en su solicitud, y al intentar encontrar aprobación en mí, me limité a decir: -No, G, no los engañas a ellos, te engañas a ti misma. Terrible. Como contraataque, G me preguntó si así era mi madre, y que si era así entonces le sorprendía que no fuera gay. La cuestión me consumió la mente, porque mis desplantes de cobardía pueden ser hijos del asunto, pero después, en una gran revelación proveniente de un pequeño colguije, me di cuenta. Cómo puede ser posible que un ser -de color verde, digamos- pueda ser tan patético como para vivir atormentado por una determinada hembra -rosa, digamos-, y en el momento en el que esa hembra se digna a hacerle caso -la frase correcta es "la puerquita se pone de culo" con perdón de algunos- duda y se repliega. La culpa, damas y caballeros, no es de mi madre.La culpa es de la Rana René, la Kermitt Frog, que nos reforzó la moral frente a las mujeres. Patético.
No hay comentarios:
Publicar un comentario