lunes, 1 de septiembre de 2008

that times, that good ol' times


Hey remember that time when I was broke and didn't care
Regina spektor


Hoy fui a la biblioteca de la Escuela de Lenguas a buscar material para mis clases de preescolar. Llegué al centro en la tradicional ruta, y justo antes de abordar el loma bestia, el camión que me lleva a la escuela de lenguas, decidí irme caminando, como en los viejos tiempos. Como en los tiempos en que entraba a las 7 de la mañana y salía a las 2, para después entrar a francés a las 16 y a Inglés a las 19. Y regresar a casa hasta las 22 y todavía con ganas de leer como loco, como nunca más. Caminar como antes, como siempre, y mirar que pocas cosas han cambiado, que en la escuela hay nuevos estacionamientos para profesores y que la población es enorme; que tienen cartelera cultural y que pareciera ser parte de una universidad distinta a la que yo iba. Y sobre todo, darse cuenta de que cambiaron los bibliotecarios. Ya no está el señor flojísimo que a duras penas saludaba, ni la señora amable de las tardes. Y que ya no está Chava. El bibliotecario que me dejaba hacer lo que quisiera, que me dejó un par de veces robarme un libro que después perdí. El bibliotecario que gustaba serlo. Después de recoger algunos materiales para la clase, pasar lista a los libros en francés, los libros en inglés, en italiano, en alemán. Recordar la enajenación, pasar horas completas sentado ahí, revisando títulos, personas, poemas. Pasar la lista a los libros que leí, a los que siempre les tuve ganas, y a los que siempre respeto. Tomar un ejemplar, uno que leí hace mucho, de poesía africana en lengua francesa, y sellarlo. Caminar de regreso al centro, por las calles que parecieran desde siempre recordarme. Único intruso, el centro comercial de San Francisco. Pero en general todo sigue igual. Todo casi en ruinas, con casas abandonadas que inspiran miedo, con sus ventanas rotas que invitan a mirar hacia dentro, a mirar las montañas de basura que hay ahí, y sentir que hay alguien, que siempre hay alguien que está mirando, que está conteniendo el enojo porque uno mire hacia adentro. Después, pasar por un solar que antes tenía una especie de juegos para niños, tremendamente macabros, donde un día encontraron a un muerto, tal vez por el frío. Hoy ese solar está cerrado, con una lámina blanca. Finalmente, el parque hundido, campo de batallas memorables, de juegos con lluvia, con charcos enormes, con amigos entrañables, casa de los sin casa, donde uno siempre encontraría a alguien durmiendo, cagando, gritando que nos fuéramos, pero con muy poca convicción. Parque sólo en el discurso, y cada vez menos, por que Marín lo cercó y puso ahí sus cosas para las fiestas de inauguración.
Así, darse cuenta que ya es tarde, que casi todo sigue igual, que Maples Arce sigue convenciéndome de que la ciudad es hermosa, pero no por los autos, ni por los cables de luz, sino por sus calles, calles en silencio, calles en las que casi no pasa el tiempo. Y darse cuenta que oscurece, y que hay que ir a casa a preparar la clase, a hacer la cena, a dormir, porque mañana es día de trabajo.






1 comentario:

Anónimo dijo...

Sólo paso a saludarte, espero verte pronto, vamos a tomar café cuando vengas por Sto. Domingo,
¿sí?
Un abrazote, Dynr.